martes, 27 de noviembre de 2007

Tribunal Constitucional o Tribunal Constituido

La Constitución es lo que dice el Tribunal Constitucional que es. Esa es la premisa de la Constitución. Sólo éste Tribunal puede decidir lo que significan las palabras de la Constitución, así que quien controle el Tribunal controlará la Constitución. No lo digo yo, es así. Y que nadie hable de la independencia de los jueces, porque la independencia no es más que una ironía, un engaño. Tomando aquella frase del Evangelio, aunque parece que en las sociedades modernas no se puede hablar de determinadas escrituras antiguas, quien sea independiente que me tire la primera piedra.
Controlar el Tribunal Constitucional es lo primero que se plantea cualquier poder político, desde los pequeños departamentos de normalización lingüística que quieren hacernos normales a los que se nos supone “anormales”, hasta los delirios de grandeza de los cúpulas partidistas. ¿Por qué? Porque es fácil controlarlo.

El sistema parlamentario español que tan poco me gusta, aunque reconozco que podría ser peor; se gestó durante la transición española. No en 1978, sino desde mucho antes. Entiendo que es fruto de un acuerdo histórico y acepto vivir en él, pero no me gusta y sé que puede cambiarse, por eso es democrático. Nos damos las leyes bajo las que queremos vivir. Pues decía que este sistema establece que la soberanía nacional recae en el pueblo español ¡Toma frase! Lo que se dice es que el pueblo es la Nación y a partir de ahí nos dan igual las personas. Las personas sirven para votar cuatro veces al año. En cada elección se elige a los representantes, pero no de las personas, sino de la Nación. Y la Nación representada en las Cortes Generales es quien elige al gobierno y los mandos del poder judicial, etc.

Así que mi única vinculación con la Constitución es formar parte de los votantes a representantes de la Nación cada cuatro años. ¿Podría presentarme? Sí, pero tengo que hacerlo a través de un partido, porque las personas no importan. Bueno, sólo para convencerlas de que voten y al ser posible de que “me” voten.

Los representantes no son más que camaradas de partidos políticos y una vez elegidos y legitimados por todos los que votamos y los que no, porque se entiende que aceptan el resultado; se reparten la tarta entre ellos, es decir, el poder.

Ya he dicho en alguna ocasión que me gustaría elegir a las personas, no a los partidos. Sólo confío en personas, no en partidos. Y de la misma forma que me gustaría elegir a las personas que quiero que me gobiernen, también me gustaría elegir a las personas que quiero que me juzguen de acuerdo a las leyes. Y sobre todo, elegir a las personas que van a interpretar la Constitución. No quiero que le deban un favor a un partido político, sino que respondan ante mí, ante quien les ha dado el poder de interpretar la Constitución, porque antes de la Nación, existe el pueblo.

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